Con motivo de la reciente erupción del volcán Cumbre Vieja en La Palma, los alumnos David Arana y Pablo Pérez nos hablan de los riesgos que suponen estos fenómenos naturales para los vuelos comerciales y cómo son tratados para garantizar la seguridad de los pasajeros.
A lo largo de la historia, los seres humanos han sido espectadores y víctimas de numerosas erupciones volcánicas. Estos fenómenos naturales son autores de auténticos espectáculos visuales, pero su poder destructivo arrasa con todo a su alrededor, incluido cualquier tipo de ser viviente.
La aviación ha convivido con los volcanes desde sus primeros inicios, aunque no fue hasta la década de 1980 cuando se comenzaron a reportar importantes incidentes sufridos por aviones comerciales al cruzar zonas de actividad volcánica. Recientemente, el último capítulo de erupciones volcánicas lo estamos viviendo en la isla de La Palma, así que hoy hablaremos de cómo influye un suceso de este tipo a las operaciones de vuelo y por qué son tan peligrosos los gases y materiales que expulsan a la atmósfera.
La columna de ceniza del volcán Cumbre Vieja, vista desde la plataforma del aeropuerto de La Palma. Tripulaciones, controladores aéreos y personal de tierra trabajan en sincronía para garantizar la seguridad de los pasajeros en todo momento. Fotografía de Onda Cero Palma.
Composición y efectos de las erupciones volcánicas
Las nubes de ceniza producidas por erupciones volcánicas están compuestas de distintos materiales:
- Partículas de roca
- Mineral
- Vidrio
Sus propiedades abrasivas, sumado a la baja temperatura de fusión, producen:
- Una disminución del empuje.
- En el peor de los casos podría resultar en una pérdida total de los motores, además de afectar gravemente a las superficies exteriores del avión.
Estas partículas bloquean las tomas estáticas y dinámicas, produciendo una lectura errónea de diversos instrumentos vitales; como son el indicador de velocidad o el altímetro.
A parte de los daños técnicos ya mencionados, la circulación de la ceniza por los sistemas de ventilación contamina el aire de la cabina, produciendo efectos nocivos para la salud y obligando el uso de máscaras de oxígeno por parte de la tripulación.
Ceniza volcánica fundida con los álabes en la turbina de un motor. Las pequeñas partículas expulsadas por el volcán pueden dañar severamente el interior de los motores, pudiendo incluso inhabilitarlos por completo. Fotografía de Esa.Int
La premisa es prevenir
Es por ello que resulta importante llevar a cabo un protocolo de actuación para salvaguardar la seguridad de tripulación y pasajeros en todo momento. Siguiendo las directrices de los fabricantes y agencias de seguridad aérea, las aerolíneas se encargan de implementar procedimientos eficaces partiendo siempre de la misma premisa: prevenir.
Gracias a un sistema de alertas meteorológicas, se evitará volar en zonas donde exista riesgo de encontrar ceniza de volcanes en erupción. Por ejemplo, en La Palma se ha cerrado y abierto frecuentemente el aeropuerto para garantizar la seguridad de las operaciones.
Pero a mayor escala, puede incluso llegar a ser necesario cerrar grandes espacios aéreos. El caso del volcán Eyjafjallajökull (Islandia) en 2010. Durante 8 días, las nubes de ceniza volcánica dejaron en toda Europa cerca de 107.000 vuelos cancelados y más de 10 millones de pasajeros afectados por cancelaciones y demoras.
¿Qué sucede si de repente hay una erupción en nuestra ruta?
Sin embargo, ¿Qué sucede si de repente hay una erupción en nuestra ruta o la tripulación sospecha de que estamos volando hacia una nube volcánica? Ante la mínima duda, los pilotos realizarían un giro de 180 grados para alejarse de la zona lo antes posible. Incluso si el avión acaba entrando en una zona de actividad volcánica, existen procedimientos para poder rearrancar los motores o navegar con los instrumentos secundarios y así salir de la zona de peligro.
Una vez más, queda patente como ante cualquier tipo de imprevisto o situación peligrosa, existen procedimientos para garantizar la seguridad de la aeronave y sus pasajeros.
Extensión de la nube compuesta por azufre y otros gases del volcán de La Palma. Las partículas en suspensión pueden alcanzar una altura de entre 1 y 15 kilómetros sobre el nivel del mar y se desplazan a merced de los vientos alisios de la zona.
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